Pandemia, lencería y bondage
Hola!!! Sí, ya sé que tengo tiempo sin escribir pero entre las obligaciones y la flojera pues no me dejan. En fin, voy aprovechar la oportunidad de contarles una anécdota que, sinceramente, podría ser la definición de “aventura inesperada” (... como todo lo que me pasa a mi en realidad). Prepárense, porque lo que les voy a contar no es precisamente una historia de cuento de hadas, es más bien una de esas historias que te hacen reír, claro, después de haber pasado el susto!
Todo comenzó durante la pandemia. Sí, ese momento glorioso en el que el mundo parecía haberse detenido y todos estábamos buscando formas de no volvernos locas. Como muchas personas, mi esposo y yo tratábamos de mantener las cosas interesantes en nuestra relación. Pero, claro, mi idea de “interesante” a veces va un poco más allá de lo común.
Así que, en medio de la monotonía, decidí que lo que necesitábamos era una aventura de fantasía, algo que hiciera que el corazón se acelerara un poco más. Y, para mi sorpresa, ¡mi esposo se convirtió en el héroe de esta historia!
Yo, en mi infinita creatividad y con un poco de aburrimiento de tanto encierro, decidí que sería divertido llevar mi amor por el bondage a un nivel completamente nuevo. ¡¿Y qué mejor momento que el confinamiento para probarlo, verdad?! Así que, tras algunos experimentos con mordazas, tapabocas y, claro, algo de ataduras, tuve la brillante idea de salir al mundo exterior de una manera muy especial.
Mi plan era salir al centro comercial con una mezcla atrevida de lencería y bondage, pero con un toque de discreción (OK, más que un toque en realidad). Para decirlo más claro, que me llevara con las manos atadas a la espalda y amordazada al centro comercial. ¿Loca yo? Bueno, sí, pero solo un poquito, pero eso ya lo saben.
Así que, tras una larga y apasionada conversación, le prometí a mi esposito que, si me ayudaba a cumplir esta fantasía, tendría una noche épica al regresar a casa. No solo le ofrecí una noche de diversión, sino que me aseguré de hacerlo aún más atractivo con una pequeña demostración.
En la mañana del siguiente fin de semana, mientras él estaba en casa, me puse frente a él en una exhibición de lencería espectacular: encaje fino, ligueros, medias y tacones altísimos. La verdad es que ver su reacción ante mi atuendo me hizo sonreír. Era como un pequeño desfile privado que aseguraba que él estuviera completamente convencido de lo que le prometía. Luego, para no levantar sospechas y mantener el plan en secreto, me puse una blusa y una falda algo corta por encima, junto con un abrigo que cubriría las ataduras.
Le miré con una sonrisa traviesa y le dije: “¿Cómo te parece? Si me acompañas a hacer esto en el centro comercial, te prometo que la noche será inolvidable. Solo imagina lo que podremos hacer cuando volvamos a casa”. A el no le atrae el bondage pero era una oferta que yo sabía que mi esposo no iba a poder rechazar. Sí, soy tramposa pero al final él también saldría ganando.
Él, con una mezcla de entusiasmo y nerviosismo, aceptó el reto. Así que ahí estábamos, preparados para una aventura única. Con mi atuendo secreto y él dispuesto a seguir el juego, nos dirigimos al centro comercial para llevar a cabo mi fantasía.
El estacionamiento del centro comercial estaba todavía medio vacío cuando llegamos, con solo unos pocos autos dispersos en los espacios cercanos. Mi esposo estacionó el carro en un rincón apartado, lo que nos daba un poco más de privacidad para lo que estaba a punto de suceder.
Una vez que apagó el motor, se volvió hacia mí con una mezcla de ansiedad y entusiasmo. Yo ya estaba preparándome mentalmente para la experiencia, sabiendo que este momento sería crucial para nuestro plan.
Con cuidado, empezó a atarme las manos a la espalda. Utilizaba una cuerda suave, que aunque era segura, no era incómoda, y con cada vuelta de la cuerda, sentía una mezcla de emoción y expectativa. Apenas podía moverme, y el pensamiento de estar tan atada me provocaba una sensación de adrenalina.
Luego recuerdo que me miró, y por enésima vez me preguntó si estaba completa, absoluta y definitivamente segura de esto. Le respondí con una afirmación decidida, y antes de que pudiera seguir hablando metió la mordaza de bola entre mis labios y la aseguró. La sensación de la mordaza ajustándose en mi boca me hizo recordar lo importante que era asegurarse de que el tapabocas la cubriera bien.
Yo, en mi infinita creatividad y con un poco de aburrimiento de tanto encierro, decidí que sería divertido llevar mi amor por el bondage a un nivel completamente nuevo. ¡¿Y qué mejor momento que el confinamiento para probarlo, verdad?! Así que, tras algunos experimentos con mordazas, tapabocas y, claro, algo de ataduras, tuve la brillante idea de salir al mundo exterior de una manera muy especial.
Mi plan era salir al centro comercial con una mezcla atrevida de lencería y bondage, pero con un toque de discreción (OK, más que un toque en realidad). Para decirlo más claro, que me llevara con las manos atadas a la espalda y amordazada al centro comercial. ¿Loca yo? Bueno, sí, pero solo un poquito, pero eso ya lo saben.
Así que, tras una larga y apasionada conversación, le prometí a mi esposito que, si me ayudaba a cumplir esta fantasía, tendría una noche épica al regresar a casa. No solo le ofrecí una noche de diversión, sino que me aseguré de hacerlo aún más atractivo con una pequeña demostración.
En la mañana del siguiente fin de semana, mientras él estaba en casa, me puse frente a él en una exhibición de lencería espectacular: encaje fino, ligueros, medias y tacones altísimos. La verdad es que ver su reacción ante mi atuendo me hizo sonreír. Era como un pequeño desfile privado que aseguraba que él estuviera completamente convencido de lo que le prometía. Luego, para no levantar sospechas y mantener el plan en secreto, me puse una blusa y una falda algo corta por encima, junto con un abrigo que cubriría las ataduras.
Le miré con una sonrisa traviesa y le dije: “¿Cómo te parece? Si me acompañas a hacer esto en el centro comercial, te prometo que la noche será inolvidable. Solo imagina lo que podremos hacer cuando volvamos a casa”. A el no le atrae el bondage pero era una oferta que yo sabía que mi esposo no iba a poder rechazar. Sí, soy tramposa pero al final él también saldría ganando.
Él, con una mezcla de entusiasmo y nerviosismo, aceptó el reto. Así que ahí estábamos, preparados para una aventura única. Con mi atuendo secreto y él dispuesto a seguir el juego, nos dirigimos al centro comercial para llevar a cabo mi fantasía.
El estacionamiento del centro comercial estaba todavía medio vacío cuando llegamos, con solo unos pocos autos dispersos en los espacios cercanos. Mi esposo estacionó el carro en un rincón apartado, lo que nos daba un poco más de privacidad para lo que estaba a punto de suceder.
Una vez que apagó el motor, se volvió hacia mí con una mezcla de ansiedad y entusiasmo. Yo ya estaba preparándome mentalmente para la experiencia, sabiendo que este momento sería crucial para nuestro plan.
Con cuidado, empezó a atarme las manos a la espalda. Utilizaba una cuerda suave, que aunque era segura, no era incómoda, y con cada vuelta de la cuerda, sentía una mezcla de emoción y expectativa. Apenas podía moverme, y el pensamiento de estar tan atada me provocaba una sensación de adrenalina.
Luego recuerdo que me miró, y por enésima vez me preguntó si estaba completa, absoluta y definitivamente segura de esto. Le respondí con una afirmación decidida, y antes de que pudiera seguir hablando metió la mordaza de bola entre mis labios y la aseguró. La sensación de la mordaza ajustándose en mi boca me hizo recordar lo importante que era asegurarse de que el tapabocas la cubriera bien.
Mientras yo emitía unos gemidos suaves, él acomodó el tapabocas sobre la mordaza para que quedara lo más disimulado posible. Ajustó mi cabello, tratando de ocultar cualquier rastro de la mordaza que pudiera asomar. Aunque obviamente no podía ver la parte trasera de mi cabeza, sabía que estaba haciendo todo lo posible para asegurar que el conjunto se mantuviera discreto.
Con todo listo, me acomodó el abrigo sobre los hombros, cubriendo completamente las ataduras. La sensación del abrigo sobre mi piel era tranquilizadora y me daba una sensación de protección. Finalmente, nos bajamos del carro, y yo traté de mantener la calma mientras caminábamos hacia el centro comercial. La emoción y el nerviosismo estaban a flor de piel, pero no podía evitar una sensación de adrenalina mientras mi esposo arreglaba mi abrigo para ocultar cualquier señal de mis ataduras.
Una vez que entramos al centro comercial, me sentí como si estuviera en una película de espías, con el corazón acelerado y una mezcla de excitación y nerviosismo.
Con todo listo, me acomodó el abrigo sobre los hombros, cubriendo completamente las ataduras. La sensación del abrigo sobre mi piel era tranquilizadora y me daba una sensación de protección. Finalmente, nos bajamos del carro, y yo traté de mantener la calma mientras caminábamos hacia el centro comercial. La emoción y el nerviosismo estaban a flor de piel, pero no podía evitar una sensación de adrenalina mientras mi esposo arreglaba mi abrigo para ocultar cualquier señal de mis ataduras.
Una vez que entramos al centro comercial, me sentí como si estuviera en una película de espías, con el corazón acelerado y una mezcla de excitación y nerviosismo.
A pesar de la incomodidad de la mordaza que llevaba puesta, el calor de la aventura me mantenía alerta y con la adrenalina a millón. Mi esposo y yo avanzamos por los amplios pasillos del centro comercial, tratando de mantener una apariencia casual mientras buscábamos la mejor manera de disfrutar de esta experiencia sin levantar sospechas.
La primera tienda que visitamos era una boutique de moda elegante pero yo apenas podía concentrarme en las prendas. Mi atención estaba centrada en asegurarme de que mi abrigo cubriera bien las ataduras y en mantener una postura que disimulara cualquier señal de incomodidad. Cada vez que caminaba el sonido de mis tacones hacía imposible pasar desapercibida y eso me ponía los nervios de punta pero también debo reconocer que incrementaba mi excitación.
Mi esposo, que se mantenía a una distancia prudente, actuaba con total normalidad, como si estuviéramos allí simplemente para hacer unas compras. De vez en cuando, él se detenía cerca de los estantes, aparentemente interesado en los productos, dejándome sola por momentos, pero se que en realidad me vigilaba discretamente. Cada vez que me acercaba a un espejo o a un rincón más visible, él se aseguraba de que todo estuviera en su lugar, ajustando mi abrigo o guiándome para que cambiara de posición.
En otra tienda, una de esas con gadgets y tecnología, hacía como que curioseaba los dispositivos de última generación que ahí exhibían. Los visitantes ocasionales pasaban cerca, lanzándome miradas curiosas pero sin detenerse demasiado. No se si solo eran ideas mías o no pero creo que lo que más llamaba la atención de las personas en esa tienda eran mis piernas en medias y tacones. Sí, ya se que parece que estuviese presumiendo de mis piernas pero que les puedo decir, son lindas.
Con cada paso que daba, sentía el desafío y la emoción. Mi esposo estaba atento a cualquier detalle que pudiera desentonar, asegurándose de que nuestro secreto permaneciera bien guardado. En un momento, mientras yo estaba ocupada mirando un escaparate, noté que algunos compradores se detenían a admirar los tacones que llevaba puestos, sin tener idea del espectáculo escondido detrás de mi apariencia sofisticada.
Pero, claro, la vida nunca es tan sencilla. En una de las tiendas por departamentos, me miro en un espejo y casi me da un ataque al corazón. ¡La correa de la mordaza estaba sobresaliendo del tapabocas! En ese momento, sentí que el suelo se abría bajo mis pies. Imaginé que todo el mundo en el centro comercial estaba mirando mi correa como si fuera el nuevo accesorio de moda. Mi corazón latía a mil por hora mientras intentaba encontrar a mi esposo para que me sacara de allí.
Imaginen la escena: yo caminando de un lado a otro como pollo sin cabeza, tratando de disimular el pánico mientras mis tacones hacían eco en el pasillo. Me sentía como una mezcla entre una estrella de cine y una persona en medio de una crisis existencial. ¡No podía encontrar a mi esposo por ninguna parte! Me sentía como una especie de estrella fugaz que había perdido su camino. Finalmente, lo encontré y me miró con esa mezcla de “¿te lo advertí?” y “tranquila, no te preocupes”.
Ahí estaba yo, caminando como un gelatinoso flan de nervios, con las piernas temblando y el rostro enrojecido. Mi esposo, que parecía divertidísimo con toda la situación, se esforzaba por mantener una expresión seria mientras me ayudaba a salir de la tienda por departamentos. Yo trataba de mantener la calma y caminar con dignidad, mientras él no podía evitar reírse de mi estado, que para ser sincera sí era algo cómico, pero no mucho!!!.
Una vez en el carro, mi esposo comenzó a hacer bromas a mi costa. A cada comentario gracioso que hacía, yo solo podía gemir en respuesta, sin poder formar palabras coherentes debido a la mordaza. Y en lugar de desatarme, ¡él seguía bromeando! Mi queja silenciosa a través de gemidos no hizo mella en su humor, y pronto, me sorprendió con una amenaza que me hizo temblar aún más: “Si sigues fastidiándome, te voy a meter en el maletero del carro”.
Eso me trajo recuerdos algo incómodos de situaciones pasadas, y decidí que era mejor mantenerme en silencio para evitar cualquier posibilidad de que se cumpliera esa amenaza. Así que me mantuve en mi sitio, casi sin hacer ruido, mientras el carro avanzaba hacia casa.
Me encontraba en una especie de montaña rusa emocional, con la vergüenza de haber estado a punto de ser descubierta y la excitación por la adrenalina de la experiencia. Sentada en el asiento del copiloto, la mordaza seguía en su lugar y mis manos aún estaban atadas, lo que no hacía más que intensificar el cóctel de sentimientos que estaba viviendo. Cada pequeño movimiento y cada risa ahogada de mi esposo parecía hacer que la mezcla de vergüenza y excitación se disparara aún más.
Cuando llegamos a casa, me dio la impresión de que el universo tenía un sentido del humor muy peculiar. Mi esposo, con esa sonrisa de "te lo dije" en su rostro, finalmente me ayudó a salir del carro, pero la mordaza y las ataduras aun seguían firmes. En mi mente, me preguntaba por qué no me había desatado antes, ¡como si no hubiera tenido suficiente emoción ya!
Al entrar en la casa, él finalmente reveló el motivo detrás de su comportamiento. Resulta que la razón por la que no me había desatado antes no era porque le gustara ver cómo me tambaleaba en el carro o que de repente le empezara a gustar el bondage, sino porque quería asegurarse de que realmente cumpliera mi promesa de hacerle pasar una noche inolvidable. ¡Aparentemente, para él, un mediodía también contaba como "una noche para recordar"!
Así que, mientras yo me deshacía de mi vergüenza y trataba de encontrar una postura cómoda con las ataduras aún en su lugar, mi esposo estaba en plena forma de “anfitrión” y parecía tener un plan especial para nosotros.
No vale la pena entrar en detalles de lo que pasó. Solo baste decir que nos lanzamos a una serie de travesuras y momentos especiales que hicieron que el mediodía se sintiera como una fiesta. Que nadie diga que yo no cumplo mis promesas!!!
¡Y así es como una fantasía puede convertirse en una historia épica de centro comercial! A veces, solo necesitamos un poco de humor para convertir esos momentos de nervios en recuerdos divertidos.
Después de haber caminado atada y amordazada por el centro comercial como si fuera una estrella de un show de comedia involuntaria y luego tener un mediodía lleno de travesuras en casa, volví a comprobar que lo mejor de una aventura es que, a veces, lo más inolvidable no es el plan, sino las risas y recuerdos inesperados que nos llevamos en el camino.
La primera tienda que visitamos era una boutique de moda elegante pero yo apenas podía concentrarme en las prendas. Mi atención estaba centrada en asegurarme de que mi abrigo cubriera bien las ataduras y en mantener una postura que disimulara cualquier señal de incomodidad. Cada vez que caminaba el sonido de mis tacones hacía imposible pasar desapercibida y eso me ponía los nervios de punta pero también debo reconocer que incrementaba mi excitación.
Mi esposo, que se mantenía a una distancia prudente, actuaba con total normalidad, como si estuviéramos allí simplemente para hacer unas compras. De vez en cuando, él se detenía cerca de los estantes, aparentemente interesado en los productos, dejándome sola por momentos, pero se que en realidad me vigilaba discretamente. Cada vez que me acercaba a un espejo o a un rincón más visible, él se aseguraba de que todo estuviera en su lugar, ajustando mi abrigo o guiándome para que cambiara de posición.
En otra tienda, una de esas con gadgets y tecnología, hacía como que curioseaba los dispositivos de última generación que ahí exhibían. Los visitantes ocasionales pasaban cerca, lanzándome miradas curiosas pero sin detenerse demasiado. No se si solo eran ideas mías o no pero creo que lo que más llamaba la atención de las personas en esa tienda eran mis piernas en medias y tacones. Sí, ya se que parece que estuviese presumiendo de mis piernas pero que les puedo decir, son lindas.
Con cada paso que daba, sentía el desafío y la emoción. Mi esposo estaba atento a cualquier detalle que pudiera desentonar, asegurándose de que nuestro secreto permaneciera bien guardado. En un momento, mientras yo estaba ocupada mirando un escaparate, noté que algunos compradores se detenían a admirar los tacones que llevaba puestos, sin tener idea del espectáculo escondido detrás de mi apariencia sofisticada.
Pero, claro, la vida nunca es tan sencilla. En una de las tiendas por departamentos, me miro en un espejo y casi me da un ataque al corazón. ¡La correa de la mordaza estaba sobresaliendo del tapabocas! En ese momento, sentí que el suelo se abría bajo mis pies. Imaginé que todo el mundo en el centro comercial estaba mirando mi correa como si fuera el nuevo accesorio de moda. Mi corazón latía a mil por hora mientras intentaba encontrar a mi esposo para que me sacara de allí.
Imaginen la escena: yo caminando de un lado a otro como pollo sin cabeza, tratando de disimular el pánico mientras mis tacones hacían eco en el pasillo. Me sentía como una mezcla entre una estrella de cine y una persona en medio de una crisis existencial. ¡No podía encontrar a mi esposo por ninguna parte! Me sentía como una especie de estrella fugaz que había perdido su camino. Finalmente, lo encontré y me miró con esa mezcla de “¿te lo advertí?” y “tranquila, no te preocupes”.
Ahí estaba yo, caminando como un gelatinoso flan de nervios, con las piernas temblando y el rostro enrojecido. Mi esposo, que parecía divertidísimo con toda la situación, se esforzaba por mantener una expresión seria mientras me ayudaba a salir de la tienda por departamentos. Yo trataba de mantener la calma y caminar con dignidad, mientras él no podía evitar reírse de mi estado, que para ser sincera sí era algo cómico, pero no mucho!!!.
Una vez en el carro, mi esposo comenzó a hacer bromas a mi costa. A cada comentario gracioso que hacía, yo solo podía gemir en respuesta, sin poder formar palabras coherentes debido a la mordaza. Y en lugar de desatarme, ¡él seguía bromeando! Mi queja silenciosa a través de gemidos no hizo mella en su humor, y pronto, me sorprendió con una amenaza que me hizo temblar aún más: “Si sigues fastidiándome, te voy a meter en el maletero del carro”.
Eso me trajo recuerdos algo incómodos de situaciones pasadas, y decidí que era mejor mantenerme en silencio para evitar cualquier posibilidad de que se cumpliera esa amenaza. Así que me mantuve en mi sitio, casi sin hacer ruido, mientras el carro avanzaba hacia casa.
Me encontraba en una especie de montaña rusa emocional, con la vergüenza de haber estado a punto de ser descubierta y la excitación por la adrenalina de la experiencia. Sentada en el asiento del copiloto, la mordaza seguía en su lugar y mis manos aún estaban atadas, lo que no hacía más que intensificar el cóctel de sentimientos que estaba viviendo. Cada pequeño movimiento y cada risa ahogada de mi esposo parecía hacer que la mezcla de vergüenza y excitación se disparara aún más.
Cuando llegamos a casa, me dio la impresión de que el universo tenía un sentido del humor muy peculiar. Mi esposo, con esa sonrisa de "te lo dije" en su rostro, finalmente me ayudó a salir del carro, pero la mordaza y las ataduras aun seguían firmes. En mi mente, me preguntaba por qué no me había desatado antes, ¡como si no hubiera tenido suficiente emoción ya!
Al entrar en la casa, él finalmente reveló el motivo detrás de su comportamiento. Resulta que la razón por la que no me había desatado antes no era porque le gustara ver cómo me tambaleaba en el carro o que de repente le empezara a gustar el bondage, sino porque quería asegurarse de que realmente cumpliera mi promesa de hacerle pasar una noche inolvidable. ¡Aparentemente, para él, un mediodía también contaba como "una noche para recordar"!
Así que, mientras yo me deshacía de mi vergüenza y trataba de encontrar una postura cómoda con las ataduras aún en su lugar, mi esposo estaba en plena forma de “anfitrión” y parecía tener un plan especial para nosotros.
No vale la pena entrar en detalles de lo que pasó. Solo baste decir que nos lanzamos a una serie de travesuras y momentos especiales que hicieron que el mediodía se sintiera como una fiesta. Que nadie diga que yo no cumplo mis promesas!!!
¡Y así es como una fantasía puede convertirse en una historia épica de centro comercial! A veces, solo necesitamos un poco de humor para convertir esos momentos de nervios en recuerdos divertidos.
Después de haber caminado atada y amordazada por el centro comercial como si fuera una estrella de un show de comedia involuntaria y luego tener un mediodía lleno de travesuras en casa, volví a comprobar que lo mejor de una aventura es que, a veces, lo más inolvidable no es el plan, sino las risas y recuerdos inesperados que nos llevamos en el camino.
Comentarios
Publicar un comentario